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Dr. Ivone Gebara
4/6/09

El cisma de la jerarquía católica

Original en portugués abaixo.

Los últimos acontecimientos que envuelven la interrupción de la gravidez de la niña de nueve años en Pernambuco evidencian un hecho que ya estaba presente desde hace mucho tiempo en la vida de la Iglesia Católica Romana. Los obispos perdieron el sentido de gobernar unidos a los desafíos de la historia y de la fe de la comunidad y se juzgan más fieles al Evangelio de Jesús que a la propia comunidad. Por mantener una comprensión centralizadora y anacrónica de su función y de la teología que la respalda se desvían de los muchos sufrimientos y de los dolores concretos de las personas, sobretodo de las mujeres. Pasan a ser defensores de principios abstractos, de inciertas hipótesis futuribles y pretenden incluso ser abogados de Dios. A este acontecimiento de distanciamiento lo llamo cisma. Los obispos tanto a nivel nacional como  internacional y aquí incluyo también al Papa, como obispo de Roma, se han vuelto cismáticos con relación a la comunidad de cristianos católicos, es decir, rompieron con la gran parte de esta comunidad en varias situaciones. Es un ejemplo irrefutable el incidente en relación con la prohibición de la interrupción de la gravidez de la niña del  que fue uno de sus protagonistas Dom José Cardoso Sobrinho, arzobispo de Olinda y Recife. Sin duda hay muchas personas y grupos que piensan como ellos y que refuerzan su cisma.  Hace parte del pluralismo en el cual siempre vivimos.

La jerarquía de la Iglesia, servidora de la comunidad de los fieles no puede en ciertas cuestiones separarse del sentir común y plural de la vivencia de la fe. No puede igualmente para ciertos asuntos del fuero personal y también grupal sustituir la conciencia en las decisiones y el deber de las personas. Puede emitir su opinión, pero no imponerla como verdad de fe. Puede expresarse, pero no forzar a las personas a asumir sus posiciones. En este sentido, no puede instaurar una guerra santa en nombre de Dios para salvaguardar cosas que juzga serían voluntad y prerrogativa de Dios. La tradición teológica en la línea más profética y sapiencial nunca permitió que ningún fiel aunque fuera obispo hablase en nombre de Dios. Y esto porque el dios del que hablamos habla en nuestro nombre  y tiene nuestra imagen y semejanza. El Sagrado Misterio que atraviesa todo lo que existe es inaccesible a nuestros juicios e interpretaciones. El Misterio que habita en todo no necesita de representantes dogmáticos para defender sus derechos.  Nuestra palabra es nada más y nada menos que un balbucear de aproximaciones y de ideas mutables y frágiles, inclusive sobre el inefable Misterio. Es en  esta perspectiva en la que tampoco se puede obligar a que la Iglesia jerárquica tome, por ejemplo, la legalización del aborto como su bandera, sino simplemente que no impida que una sociedad pluralista se organice conforme a sus necesidades de sus ciudadanas y ciudadanos y que estos tengan el derecho de decidir sobre sus escogencias.

Las comunidades cristianas así como las personas son plurales. En un mundo tan diverso y complejo como es el nuestro no podemos admitir que apenas una opinión de un grupo de obispos, hombres célibes y con una formación limitada al campo religioso, sea la expresión del seguimiento de la tradición del Movimiento de Jesús. La comunidad cristiana es más de lo que es la iglesia jerárquica. Y, la comunidad cristiana es en  realidad  múltiples comunidades cristianas y esta son igualmente muchas personas cada una con su historia, sus escogencias y decisiones propias durante la vida.

Me impresiona el anacronismo de las posturas filosóficas y éticas episcopales comenzando por los obispos brasileños y continuando con las instancias romanas como se puede leer en la entrevista que el cardenal Giovanni Batista Re, presidente de la Congregación para los obispos, dio a la revista italiana Stampa estando de acuerdo con la postura de los obispos brasileños. Los tiempos cambiaron. Es urgente, pues, que la teología de los obispos salga de una concepción jerárquica y dualista del Cristianismo y perciba que es en la vulnerabilidad de los múltiples dolores humanos como podemos estar más próximos a la acciones de justicia y amor. Es claro que siempre podemos errar inclusive queriendo acertar. Esta es la frágil condición humana.

Creo que nuestras entrañas sienten en primer lugar los dolores inmediatos, las injusticias contra los cuerpos visibles y es a estos a los tenemos primero que asistir. La consternación y la conmoción en relación con el sufrimiento de la niña de nueve años fueron grandes. Y esto porque es esta  vida presente y actuante, esta vida de la niña hecha mujer violada y violentada en nuestro medio a la que debemos primero  el respeto y el cuidado. Por eso como miembro de la comunidad cristiana, alabo la actitud del Dr. Rivaldo Mendes de Albuquerque y del equipo del CISAM de Recife así como a la madre de la niña y a todas las organizaciones y personas que acudieron a ella en este  momento  de sufrimiento que ciertamente dejará marcas indelebles en su vida.

Dirán algunos lectores que mi postura no es la postura oficial de la Iglesia Católica Romana. Entretanto, qué significa la palabra oficial? ¿Es lo mismo que Iglesia oficial?  La institución que se dice  como representante de su dios y que osa   condenar la vida amenazada de una niña? ¿La institución que se considera tal vez la mejor servidora del Evangelio de Jesús?

No identifico la Iglesia con la jerarquía católica. La jerarquía es apenas una parte ínfima de la Iglesia.

La Iglesia es una comunidad de mujeres y hombres esparcida por el mundo, comunidad de los que están atentos a los caídos en las calles de la vida, a los portadores de dolores concretos, a los clamores de pueblos y personas en busca de justicia y alivio de sus dolores de hoy. La Iglesia es la humanidad que se ayuda a soportar dolores, a aliviar sufrimientos y a celebrar esperanzas.

Continuar con excomuniones, inclusiones y exclusiones parece cada vez más incentivar  el crecimiento de las relaciones autoritarias irrespetuosas de la dignidad humana, sobretodo, cuando surgen de instituciones que pretenden enseñar el amor al prójimo como la ley mayor. ¿De quién se hicieron prójimos  en este caso Dom José Cardoso y algunos obispos? De los fetos inocentes, dirán ellos, aquellos que deben  ser protegidos contra el “Holocausto silencioso” cometido por algunas mujeres y sus aliados. En realidad se hicieron prójimos del principio que defienden y se distanciaron de la  niña agredida y violentada tantas veces. Condenaron a quien levantó a la niña caída en el camino de la vida y salvaguardaron la pureza de sus leyes y la voluntad de su dios. Dieron crédito a que la interrupción de la gravidez de la niña sería una lesión al señorío de Dios. ¿Pero las guerras, la creciente violencia social, la destrucción del medio ambiente no son igualmente lesiones que merecerían  denuncia y condenación mayor? Perdónenme si, sin querer acabo juzgando personas, pero delante de la inconsistencia de ciertos argumentos y de la insensibilidad a los problemas vividos por la niña de nueve años una especie de ira solidaria me quema las entrañas.

De hecho un cisma histórico se está construyendo y ha crecido cada vez más en diferentes países. La distancia entre los fieles y una cierta jerarquía católica es marcada. El incidente en relación con la interrupción de la gravidez de la niña pernambucana es apenas uno entre tantos actos de autoritarismo y desconocimiento de la complejidad de la historia actual que la jerarquía ha cometido.

En la medida en la que los que se juzgan responsables de la Iglesia se distancian del alma del pueblo, de su sufrimientos real estarán siendo los constructores de un nuevo cisma que acentuará aún más el abismo entre las instituciones de religión y la simple vida cotidiana con su complejidad, desafíos, dolores y pequeñas alegrías.  Las consecuencias de un cisma son impredecibles. Basta que aprendamos las lecciones de la historia pasada.

Termino este breve texto recordando lo que está escrito en el Evangelio de Jesús de diferentes maneras. Estamos aquí para vivir la misericordia entre nosotros. Y todos nosotros necesitamos de esa misericordia, único sentimiento que nos permite no ignorar al dador de la misericordia  y ayudarnos a cargar los pesados fardos unos con otros.

Ivone Gebara, teóloga

Traducción: Edgard Beltrán

 

O cisma da hierarquia católica

Os últimos acontecimentos envolvendo a interrupção da gravidez da menina de nove anos em Pernambuco evidenciaram um fato que já estava presente desde muito tempo na vida da Igreja Católica Romana. Os bispos perderam o senso de governarem unidos aos desafios da história e à fé da comunidade e julgam-se mais fiéis ao Evangelho de Jesus do que a própria comunidade. Por manterem uma compreensão centralizadora e anacrônica de sua função e da teologia que lhe corresponde desviaram-se de muitos sofrimentos e dores concretas das pessoas, sobretudo das mulheres. Passaram a ser defensores de princípios abstratos, de incertas hipóteses futuríveis e pretenderam até ser advogados de Deus. A este acontecimento de distanciamento chamo de cisma. Os bispos tanto a nível nacional quanto internacional e aqui incluo também o Papa, como bispo de Roma, tornaram-se cismáticos em relação à comunidade de cristãos católicos, isto é, romperam com grande parte dela em várias situações. O incidente em relação a proibição da interrupção da gravidez da menina do qual Dom José Cardoso Sobrinho, arcebispo de Olinda e Recife foi um dos protagonistas é um exemplo irrefutável. Sem dúvida há muitas pessoas e grupos que pensam como eles e que reforçam seu cisma. Faz parte do pluralismo no qual sempre vivemos.

A hierarquia da Igreja, servidora da comunidade dos fiéis não pode em certas questões separar-se do sentido comum e plural da vivência da fé. Não pode igualmente para certos assuntos de foro pessoal e mesmo grupal substituir-se à consciência, às decisões e ao dever das pessoas. Pode emitir sua opinião, mas não impô-la como verdade de fé. Pode expressar-se, mas não forçar pessoas a assumir suas posições. Nesse sentido, não pode instaurar uma guerra santa em nome de Deus para salvaguardar coisas que julga serem vontade e prerrogativa de Deus. A tradição teológica na linha mais profética e sapiencial nunca permitiu que nenhum fiel mesmo bispo falasse em nome de Deus. E isto porque o deus do qual falamos fala em nosso nome e tem a nossa imagem e semelhança. O Sagrado Mistério que atravessa tudo o que existe é inacessível aos nossos julgamentos e interpretações. O Mistério que em tudo habita não precisa de representantes dogmáticos para defender seus direitos. Nossa palavra é nada mais e nada menos do que um balbuciar de aproximações e de idéias mutáveis e frágeis, inclusive sobre o inefável mistério. É nessa perspectiva que também não se pode obrigar que a Igreja hierárquica torne, por exemplo, a legalização do aborto sua bandeira, mas simplesmente que não impeça que uma sociedade pluralista se organize conforme as necessidades de suas cidadãs e cidadãos e que estes tenham o direito de decidir sobre suas escolhas.

As comunidades cristãs assim como as pessoas são plurais. Num mundo tão diverso e complexo como o nosso não podemos admitir que apenas a opinião de um grupo de bispos, homens celibatários e com uma formação limitada ao registro religioso, seja a expressão do seguimento da tradição do Movimento de Jesus. A comunidade cristã é mais do que a igreja hierárquica. E, a comunidade cristã é na realidade múltiplas comunidades cristãs e estas são igualmente muitas pessoas cada uma com sua história, suas escolhas e decisões próprias diante da vida.

Impressiona-me o anacronismo das posturas filosóficas e éticas episcopais começando pelos bispos brasileiros e continuando nas instâncias romanas como se pode ler na entrevista que o cardeal Giovanni Batista Re, presidente da Congregação para os bispos, deu a revista italiana Stampa concordando com a postura dos bispos brasileiros. Os tempos mudaram. Urge, pois, que a teologia dos bispos saia de uma concepção hierárquica e dualista do Cristianismo e perceba que é na vulnerabilidade às múltiplas dores humanas que poderemos estar mais próximos das ações de justiça e amor. É claro que sempre poderemos errar inclusive querendo acertar. Esta é a frágil condição humana.

Creio que nossas entranhas sentem em primeiro lugar as dores imediatas, as injustiças contra corpos visíveis e é a eles que temos o primeiro dever de assistir. A consternação e a comoção em relação ao sofrimento da menina de nove anos foram grandes. E isto porque é a esta vida presente e atuante, a esta vida de menina feita mulher violada e violentada em nosso meio que devemos o respeito e o cuidado primeiros. Por isso como membro da comunidade cristã, louvo a atitude do Dr. Rivaldo Mendes de Albuquerque e da equipe do CISAM de Recife assim como da mãe da menina e de todas as organizações e pessoas que acudiram a ela neste momento de sofrimento que certamente deixará marcas indeléveis em sua vida.

Dirão alguns leitores que minha postura não é a postura oficial da Igreja Católica Romana. Entretanto, o que significa hoje a palavra oficial? O que é mesmo Igreja oficial? A instituição que se arvora como representante de seu deus e ousa condenar a vida ameaçada de uma menina? A instituição que se considera talvez a melhor seguidora do Evangelho de Jesus?

Não identifico a Igreja à hierarquia católica. A hierarquia é apenas uma parte ínfima da Igreja.

A Igreja é a comunidade de mulheres e homens espalhada pelo mundo, comunidade dos que estão atentos aos caídos nas estradas da vida, aos portadores de dores concretas, aos clamores de povos e pessoas em busca de justiça e alívio de suas dores hoje. A Igreja é a humanidade que se ajuda a suportar dores, a aliviar sofrimentos e a celebrar esperanças.

Continuar com excomunhões, inclusões ou exclusões parece cada vez mais incentivar o crescimento de relações autoritárias desrespeitosas da dignidade humana, sobretudo, quando surgem de instituições que pretendem ensinar o amor ao próximo como a lei maior. De quem Dom José Cardoso e alguns bispos se fizeram próximos nesse caso? Dos fetos inocentes, dirão eles, aqueles que precisam ser protegidos contra o "Holocausto silencioso" cometido por algumas mulheres e seus aliados. Na realidade, fizeram-se próximos do princípio que defendem e se distanciaram da menina agredida e violentada tantas vezes. Condenaram quem levantou a menina caída na estrada da vida e salvaguardaram a pureza de suas leis e a vontade de seu deus. Acreditam que a interrupção da gravidez da menina seria uma lesão ao senhorio de Deus. Mas as guerras, a crescente violência social, a destruição do meio ambiente não seriam igualmente lesões que mereceriam denúncia e condenação maior? Perdoem-me se, sem querer acabo julgando pessoas, mas diante da inconsistência de certos argumentos e da insensibilidade aos problemas vividos pela menina de nove anos uma espécie de ira solidária me assola as entranhas.

De fato um cisma histórico está se construindo e tem crescido cada vez mais em diferentes países. A distancia entre os fiéis e uma certa hierarquia católica é marcante. O incidente em relação à interrupção da gravidez da menina pernambucana é apenas um entre os tantos atos de autoritarismo e desconhecimento da complexidade da história atual que a hierarquia tem cometido.

Na medida em que os que se julgam responsáveis pela Igreja se distanciam da alma do povo, de seu sofrimento real estarão sendo os construtores de um novo cisma que acentuará ainda mais o abismo entre as instituições da religião e a simples vida cotidiana com sua complexidade, desafios, dores e pequenas alegrias. As conseqüências de um cisma são imprevisíveis. Basta aprendermos as lições da história passada.

Termino este breve texto lembrando do que está escrito no Evangelho de Jesus de diferentes maneiras. Estamos aqui para viver a misericórdia entre nós. E todos nós necessitamos dessa misericórdia, único sentimento que nos permite não ignorar a dor alheia e nos ajudarmos a carregar os pesados fardos uns dos outros.

Ivone Gebara , teóloga

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Wij kunnen het de doorsnee, huidige, clerus niet kwalijk nemen dat zij verzand en verdwaald zijn binnen hun bastion van dogmatiek. Het enige dat wij kunnen doen is voor hen bidden dat de H Geest ook hun verstand verlicht en zij van hun ikkerigheid afstand kunnen doen. Buiten de muren van het bastion loert de 'vijand' en dat is eng. Die vijand zijn wij christenen die wellicht geleerd hebben esoterisch met godsdienst om te gaan. Ook al ben je 'godgeleerde', ik, jij en zij weten niets van God, dan alleen dat wat Jezus ons doorgaf, waarvan veel verloren is gegaan en het bewaarde verknipt en naar eigen goeddunken nog steeds wordt aangedikt.
F Hertel - Almere



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